martes, agosto 16, 2005

La entropía de los Dioses

Oregon Borges era un filólogo dedicado al estudio de las paremias indigenistas y del Popol Vuh, "el libro del consejo", un enigmático manuscrito indígena, perdido y trascripto, no se sabe bien si del original, o de memoria, que relata cómo estaba vacía de vida la inmensidad, antes de que algo en la inmensidad tuviese vida.

Para ser preciso, a Oregon lo conocí en Honduras, muy cerca de El Paraíso, algunos kilómetros al noreste de Copán, justo un día 13 de agosto, según el calendario gregoriano. Quizás a usted, esta fecha le parezca un dato menor. Sin embargo estoy seguro de que, si acaso es cuidadoso u obstinado, tendrá muy en cuenta la importancia de esta referencia.

Por aquel entonces, Oregon, junto a un grupo poco numeroso de personas, de las que no conozco sus caras, ni sus nombres, formaba parte de un movimiento cultural que comenzó a tomar ímpetu con el estudio del Chilam Balam de Chumayel y de los glifos y estelas de piedra, grabadas por los toltecas, en eras tan remotas como las de la primera palabra.

Algún tiempo después de aquel primer encuentro en El Paraíso, supe que Oregon, aunque era oriundo de Choluteca e hijo de diplomáticos, se había trasladado a Copán, renunciando al argumento progresista de la gran ciudad para seguir, en cambio, el llamado proveniente de la profundidad de la selva, allí donde reina el espíritu del agua virgen ISH HA, y donde el paso del tiempo no tiene que ver con ningún suceso calendario. Allí , en aquel paraíso privado, fue donde mi ermitaño amigo se quedó definitivamente, estudiando la cultura del sagrado número trece y esperando la llegada del Trece Ahau Katún.

Es prudente que me apure a aclarar que, quienes lo conocieron mejor que yo, aseguran que él no tenia sueños de lucro y que su predisposición frente a la ciencia era tan abnegada como austera. Por lo demás, sin mediar juramento de lealtad alguno, jamás cambió sus convicciones y sus simpatías por nada que no fuera el estudio de la cultura maya.

Personalmente empecé a estimar a Oregon (y digo "estimar" en la acepción más catalana disponible), cuando comprobé que, aún siendo él un estudioso de la lengua y de la palabra, no le había resultado posible desligarse de la magia que impregna de espíritus los libros sagrados, ni de la matemática -con su cuenta de los katunes- ni de la omnipresente cosmogonía. Celebro que en su mente llevase, con orgullo, el concepto de la suerte: una suerte hecha de pares y de nones, sobre un puñado de maíz, tzité...

-Así lo aprendí de Xpiyacoc, el dos veces abuelo, y así lo repetiré hasta el fin de mis días...

Su libre albedrío estaba subordinado a un sistema de creencias totalitario: causalidad y evolución, pero no necesitaba más, ni le importaba otra cosa. Le bastaban un orden numérico, un mekatlapoalli (contador de nudos o ábaco), para contar de veinte en veinte hasta cuatrocientos, y de cuatrocientos en cuatrocientos hasta el infinito, un libro sagrado y un puñado de maíz, con los cuales regir sus propias causas y azares. Supongo que, con el tiempo, Oregon se había convertido, poco a poco, en aquello a lo que había dedicado su vida, esa mezcla de misterio, magia, poder y sabiduría que lo mantenían, desvelado, debajo de su cielo de piedras infinitas, pero únicas.

En las escasas semanas que estuve con él, me habló de su aprendizaje. Por las tardes, le gustaba sentarse frente a mi, junto a la ventana y con el sol entrando por su izquierda. Me miraba con actitud benevolente, como quien conoce el temor del supersticioso, mientras su voz avanzaba suave y lenta, abriéndose paso entre los enigmas, logrando sobreponerlos a las murmuraciones, por lo filantrópicos y por lo reveladores. Desmoronaba los mitos con verdades, pero sin insolencia.

Me obsequiaba historias como la de La Mansión de los Calofríos o la del significado de las Pléyades, Tz-ab, y la del fin de la época de oscuridad:

-Pronto, muy pronto, la sangre llegará al lugar de definitivo reposo, así como llegó a su poder y a su trono. Medido está el tiempo en que podamos alabar la magnificencia de los Tres, y medido el que encontremos la protección del Sol. Todo acaba. Una nueva cuenta matemática dará comienzo y quizás convenga, justo ahora, empezar a preguntarse qué haremos con esta nueva oportunidad. La oscuridad llega a su fin y en este nuevo ciclo de la luz, sólo hay lugar para las almas nobles...

Según mi modestísimo entender, y después de haber procesado parcialmente los incentivos de Oregon por educarme, supuse que conocer la cultura maya, era conocer de todo, como un “Magister Ludi” jugando el juego de los abalorios. Ahora, ya más en la vida que en la anécdota descubro que, esencialmente, aquello se trataba de conocer los aspectos correlativos del poder del número.

En el Coloquio de los Doce, el cual cito por oficio, ya que sólo dispongo de una breve sinopsis pero, tan absurda como lamentablemente, tampoco la recuerdo muy bien, está escrito que, es a aquellos que calculan cómo cae un año, cómo sigue su camino la cuenta de los días, cuándo cae cada una de sus veintenas, a quienes les toca hablar de los dioses. Sin embargo, Oregon iba aun más lejos que los informantes de Sahagún. El sostenía que eran los dioses los que, precisamente, habían puesto al número como el lucero del alba, como guía insustituible (y no se refería irónicamente a Venus).

-Durante años, los sacerdotes y científicos estudiosos de la cultura maya, se han peguntado por qué no habían llegado éstos a sistematizar sus símbolos o por qué utilizaban varios calendarios. Para salir de la prisión de estas dudas, han utilizado confusas y equívocas constantes de corrección con las que unificar la información de los diferentes Códices. Pocos son los que han tomado los Códices, no como un sistema abstracto de medición del tiempo, sino como un sistema cultural y evolutivo conducente al creador: causalidad y evolución...evolución.

No es nada más que eso. Todo se trata de un juego, un hermoso juego de acertijos que conduce a la evolución y que dura hasta que se acabe la baraja o hasta que transcurran trece bactum de katunes. Lo que suceda primero. Cada jugador debe encontrar su alma gemela y, con ella de la mano, debe progresar hasta el creador. Ahí están las pistas para la siguiente movida, siempre estuvieron ahí... Cultura tras cultura y época tras época, se han repetido las mismas claves. En cada libro y en el espíritu de cada hombre inspirado se han repetido: desde El Popol Vuh hasta la Divina Comedia o el Pistas Sophia o La Eneida; desde Xpiyacoc, hasta Machado; desde aquí, en El Paraíso, hasta Macondo, o El Dorado; desde Mesoamérica, hasta Asia Menor.

Hay quienes, por impericia, no aciertan con la siguiente casilla a la cual deben moverse, y es porque sólo saben contar de diez en diez y no sospechan el poder del trece, ni de la Proporción Áurea. Hay otros que confunden o reniegan del mérito de ganar y, aún conociendo las pistas, o intuyéndolas, no respetan las reglas y se resisten, así, a la evolución. SIn embargo, sin embargo..., los peores son aquellos que, sabiendo reglas y pistas, tienen por objetivo patear el tablero. ¿Cuántas veces ha escuchado usted decir: "quizás yo caiga, pero a ti te cargo conmigo..."?. Para esta clase de jugadores, ha perdido entidad aquello de ganar-ganar: todos ganan, prefieren el perder-perder. Lamentablemente, ésta es una época de cambio, el tiempo para descubrir los secretos del juego ya pronto expirará. Es cierto. Está escrito. Pronto será hora de repartir de nuevo.

Ese día Oregon sonreía. Me miraba impaciente mientras golpeaba suavemente, con la palma de su mano, una placa de piedra que sobresalía por los extremos de su envoltura de papel de diario. Mientras hablaba, tenia ese gesto como de esperar mis preguntas, o cualquier señal que le asegurase mi disposición a escuchar la verdad definitiva, pero no me atrevía a interrumpirlo. Yo deseaba escuchar alguna pista, alguna indicación certera del paradero de mi alma gemela o del mandala numérico que debía pronunciar para, finalmente, levar anclas desde El Paraíso al paraíso. Pero no, él sólo sonreía y hablaba, mientras golpeaba suavemente con la palma, esa placa de piedra..

-Esta es una estela de piedra antigua, una réplica, en realidad. Es el glifo del "caracol" y quiero regalársela. Significa lo que significa, o lo que usted desee que signifique. De mi parte, tómelo como una pista. Así es, un caracol es una pista. A cambio de este regalo, quería pedirle que fuese usted una especie de albacea mio, de custodio de mi ciencia y de mis bienes, en especial de mi ábaco de nudos y de mi calendario sinódico. Sin este calendario, no podrá contar decentemente las lunas nuevas en las que debe enamorarse de alguna de sus Marisas.

Yo conservaré el puñado de maíz porque lo necesitaré, nada menos que para decidir, a pares o nones, la suerte del resto de mi vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Inteligente, muy bien documentado, regalando caracolas, como pistas, para despertar y empezar a ver a darse cuenta, que falta una pieza, la mitad perfecta.

Anónimo dijo...

En este blog aparecen títulos, intenté leer este Lo topoloógico y la Tautocrona y dice que no existe
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