Es difícil para mí hacer un comentario sobre esta novela porque ella en sí misma es un comentario, casi un documento periodístico —el estilo preferido del autor— sobre la última partida del maestro Shusai, el Maestro de Go.
La partida duró casi siete meses, aunque solo hubo catorce sesiones. Los detalles de cada sesión y de los pormenores y entredichos entre los rivales fueron recogidos por Kawabata en algo más de sesenta artículos publicados en periódicos especializados del mundo del Go.
Estos pocos datos, apenas estos pocos, tan sumarios y abstractos, presentan para mí grandes incógnitas. ¿Cómo es posible que una partida dure siete meses? ¿Qué enseñanza transporta el Go que motiva a Kawabata, un premio Nobel, a convertir cifras en novelas poéticas? ¿Qué es, en definitiva, el combate?
Algunas de las respuestas las descubrí durante la lectura de la novela, pero otras aún flotan en el aire y esas son, precisamente, las que vengo a compartir.
Yukio Mishima, en su Caballos desbocados, planteaba un arte superador, pero no a través del arte del Go, sino a través del arte del Kendo. La relación entre maestro y alumno se daba entre el juez Shigekuni Honda y el joven e impetuoso Isao: un juez y un samurái.
Del mismo modo, Yasunari Kawabata, en su Maestro de Go, también establece una fuerte relación con sus personajes. El autor es parte de su arte, no se limita a documentar la partida. La relación maestro y alumno es, en este caso, mucho más obvia. El rival del maestro Shusai es el joven Otake.
Tanto Mishima como Kawabata hablan de una lucha que trasciende el tablero, lo blanco y negro del Go, o lo azul y rojo del Kendo. Hablan de la lucha por la conservación de las tradiciones, significado que para el Japón tiene el arte del combate y el Go. Hablan de la lucha entre lo etéreo, frágil y sublime versus lo nuevo, lo avasallador y vital. Hablan de la paradoja en la cual el alumno vence al maestro.
“… Del camino del Go, la belleza de Japón y del Oriente se habían desvanecido. [...] Uno conducía el enfrentamiento con la única meta de ganar, y no había margen para recordar la dignidad y la fragancia del Go como arte [...]”.
Las relaciones entre los autores y sus obras, entre los autores y sus personajes, y entre los autores y Japón, también se sostienen entre los propios autores. Kawabata era maestro y mentor de Mishima y ambos, curiosamente, se suicidaron sosteniendo sus tradiciones en el puño. Digo curiosamente porque tanto en el Kendo, un arte de defensa personal, como en el Go, el suicidio no es parte del plan. El Go tienen muy pocas reglas y una de ellas es la de no permitir que una pieza se suicide.
Ciertas relaciones parecen trascender las barreras físicas. Los personajes de Mishima sostienen su vínculo a lo largo de varias vidas. Isao es la reencarnación de otro alumno de Honda, me refiero a otro cuerpo, pero la misma energía. Esto también se da, decía, entre Mishima y Kawabata, y entre Kawabata y el maestro Shusai, a quien Kawabata le saca fotos el día de su sepelio. Ya hemos visto algunos casos semejantes, como los de Teresa, la protagonista de La insoportable levedad del ser, y Ana Karenina, y la misma relación entre los autores de estas últimas novelas y Nietzsche.
Como decía Kundera, uno parece ser convocado por los temas, parece ser llamado a escribir sobre aquello que desea escribir, aunque parezca que escriba otra cosa.
1 comentario:
En una parte del texto sentí, cuando el comentarista juega una partida de Go en el tren, que el autor quiere transmitirnos que siempre se debe poner todo de sí, aún en un juego, que pdemos tener cierta destreza pero si no ponemos la esencia, seguramente, seremos derrotados.
El impulso y agresividad de la juventud contrasta con la calma y maestria de la edad adulta.
Excelente elección la suya ya que nos revela o recuerda a una cultura tan disímil de la nuestra.
Lo felicito!!!!
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