martes, agosto 18, 2009

La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante

El narrador se obliga a ser fiel a su recuerdos y a contar lo que ve con las palabras que conoce. Avanza desde el centro de su existencia, en su niñez, hacia la periferia. Pasa del solar o de la cuartería, con inquilinos con sus oscuros secretos y deseos inconfesables, hacia las calles igualmente oscuras y pobladas de almas igualmente hostiles. Lo viejo y lo oscuro nunca cambian, pero, de a poco, a medida que crece, el personaje y su lenguaje se habanizan. Al contrario de lo que les sucede a las mujeres que lo rodean, esas que hablan un lenguaje de amor esquivo-esperanto, más que esperar, él se expresa.

Al narrador lo domina la palabra.

“… en una guagua y como guagua conoceríamos al ómnibus en el futuro. (Esta palabra, a la que algunos filólogos del patio atribuyen un origen indio –¡imagínense a los sifilíticos siboneyes o a los tarados taínos viajando en sus vehículos precolombinos, ellos que ni siquiera conocían la rueda!–, viene seguramente de la ocupación americana al doblar del siglo, cuando se establecieron los primeros carruajes colectivos, tirados por mulas y llamados, a la manera americana, wagons. Los wagons se convirtieron en La Habana en guagons y de ahí no fue difícil asimilarlos a la voz indígena guagua y el género femenino estuvo determinado, no sólo por la terminación, sino porque todo vehículo en inglés es femenino […]”.

El vocabulario y la locura locuaz del narrador se expanden con el mismo ímpetu con el que se expande su deseo. El territorio para la palabra y el deseo desborda los límites sin intimidad de su casa y gana las calles de La Habana, su nuevo coito de caza.

Una almenada alameda, algún barroco recoveco o una butaca vacía del cine serán el espacio para las peripecias y periplos del amor, para el juego de la seducción. Las mujeres de la butaca vecina serán prospectos de promiscuidad promisora.

El Cine, con su público pronográavido, es un protagonista tan importante como el narrador. El Cine no solo es el territorio de caza, el espacio geométrico para ejercer la seducción, también es la posibilidad del ensueño, la fruta prohibida, la curiosa cosa, el desnudo, el velorio, lo radiante, lo virtuoso, lo verdadero, la verdad a medias, lo que no será, lo posible…

Agrego ahora que al narrador lo dominan la palabra y la imagen.

“… El Majestic y su vecino Verdún, baratos, al revés del Alkázar o el Duplex, no tenían muy buena proyección y los reflejos de la pantalla no eran intensos, luz que agoniza. Así la veía a ella en penumbras. Llevaba el pelo largo hasta los hombros, como se usaba en los años cuarenta, influida tal vez por Rita Hayworth, aunque no pensé en ese posible modelo entonces, sino en tratar de verle la cara o por lo menos de definir su perfil. No era una línea dibujada para perderme en su perspectiva, como ocurrió con la muchacha del cine Universal. Tenía una nariz corta y algo respingada. No podía definir sus labios, que tal vez no fueran botados, sobresaliendo por encima de la boca como la verdadera protagonista de El séptimo velo […]”.



Como en un caleidoscopio, en La Habana para un infante… los amores cambian de color y de forma, como cambian de forma y de color las palabras. Los amores reinantes se transforman en amores renuentes; los amores de camarada se transforman en amores sin cama, las veladas se transforman en velorios; las velaciones en revelaciones; el sol cegador y vertical de la calle Obispo se transforma en la penumbra que ciega todo lo que está fuera de la pantalla, en el interior del cine. El amor pertinaz, con un giro del caleidoscopio, se transforma en amor impertinente… Nada conserva la forma bajo la pluma de terrible infante. Todo sorprende y, sin embargo, todo está hecho de costumbrismo.

Ni Guantanamera, ni el tango Cuesta abajo sobreviven al travestismo de la palabra habanera.

“… Así la «Guantanamera», trova tradicional, transforma su forma folklórica en un refrán: «Aguántamela manguera». La letra del tango que dice: «Sabía que en el mundo no cabía», se convertía en: Sabía que en el culo te cabía / Cuatro troles de tranvía / Y la pinga del conductor […]”.

Ritos, tradiciones, amores, amor, infante, Infante. Mucha lucha.



1 comentario:

Anónimo dijo...

En una primera lectura y muy por encima, le diré que el estilo con el que comenta es especial. Le da una cadencia y una armonía casi musicales; el uso, que hace de la aliteración le confiere esa sensación. Hace que el lector se vea disfrutando de una callecita tan especial y colonial como imagino las de La Habana.
Prometo ahondar en el texto y comentar en consecuencia. Pero no puedo pasar de decirle: Gracias!!