miércoles, abril 22, 2009

Ana Karenina y la insoportable levedad

Una de las interpelaciones que más me gustaron sobre Ana Karenina es la que hace Milán Kundera, nada menos, en La Insoportable levedad del ser. Ambas novelas están llenas de similitudes no casuales, según confiesa el mismo Kundera a través de sus personajes.


«... Llegó al día siguiente al anochecer, llevaba un bolso colgado del hombro con una correa larga y le pareció más elegante que la otra vez. Tenía en la mano un libro grueso. Era Ana Karenina de Tolstoi. Su comportamiento era alegre, incluso un tanto ruidoso, y trataba de que pareciera que había ido a verle por casualidad [...]».

Teresa va hacia la estación de Praga en busca de Tomás como por casualidad, por magia, o por encanto, aunque, en realidad, va impulsada por el encanto, el mismo encanto que motivó a Wronsky a ir detrás de Ana hasta la estación de San Petersburgo.


«... Durmió (Teresa) en un hotel barato y por la mañana llevó la maleta a la consigna de la estación y el resto del día lo pasó vagando por Praga, con Ana Karenina bajo el brazo. A la noche tocó el timbre, él abrió la puerta y ella no soltó el libro de la mano, como si fuera la entrada al mundo de Tomás [...]».

Teresa y Ana viven, o recuerdan, la realidad a través de sus sueños. No se sabe, incluso, si lo que sueñan son sueños o son recuerdos. Ambas, Ana y Teresa, sueñan su muerte y ambas viven sumergidas en un estado de profunda negación, para evitar la realidad.

Tomás piensa que su encuentro con Teresa...

«... estuvo basado desde el comienzo en el error. La Ana Karenina que llevaba bajo el brazo era una contraseña falsa que había engañado a Tomás. Cada uno de ellos había creado un infierno para el otro, pese a que se querían. El hecho de que se quisieran demostraba que el error no residía en ellos, en su comportamiento o en la inestabilidad de sus sentimientos, sino en que no congeniaban porque él era fuerte y ella débil. Ella es como Dubcek, que hace en medio de una sola frase una pausa de medio minuto, es como su patria, que tartamudea, pierde el aliento y no puede hablar. Pero es precisamente el débil quien tiene que ser fuerte y saber marcharse cuando el fuerte es demasiado débil para ser capaz de hacerle daño al débil [...]».

Otra graciosa afinidad entre las novelas es que la perra que Tomás le regala a Teresa se llama Karenin, como Alexei Karenin, el marido de Ana Karenina.

¿Por qué Tomas decide llamar Karenin, de género masculino, a una perra? Para responder a esta pregunta cito el siguiente diálogo:

«—¿Pero no afectará a su sexualidad que la llamemos Karenin?

—Es posible que una perra a la que sus amos llaman permanentemente como a un perro desarrolle tendencias lesbianas.



Las palabras de Tomás se hicieron realidad de un modo curioso. A pesar de que habitualmente las perras tienen más apego a sus amos que a sus amas, en el caso de Karenin era al revés. Decidió enamorarse de Teresa. Tomás le estaba agradecido. Le acariciaba la cabeza y le decía: «Haces bien Karenin. Esto es precisamente lo que yo quería de ti. Si yo solo no basto, tú tienes que ayudarme».

Fíjese usted que ambos, perra y amo, están enamorados de Teresa.

Teresa, la metáfora de Ana Karenina en la novela de Kundera, tiene dos enamorados. El primero es el mismo Tomás, la metáfora del Conde Alexei Wronsky y el segundo es su perra con nombre masculino, Karenin, la metáfora de Alexei Karenin. Creo que Kundera fue más que obvio al establecer este triángulo.



Por momentos, Tomás abandona al personaje de Wronsky, de enamorado y amante, y es tomado por la voz de Kundera para comunicar sus ideas. Tolstoi también hace eso, pero para ello tiene un personaje específico, se trata de Konstantine Levin, amigo íntimo de Stiva Oblonsky, hermano de Ana.

En los primeros borradores de la novela, Levin era un personaje secundario y algo contrahecho, pero luego, en las últimas versiones, Levin aparecía instalado como co-protagonista y convertido en el transporte de las opiniones de Tolstoi, de sus deseos y de su tenaz búsqueda del sentido de la vida.

Este personaje es el escape ontológico del autor. Muchos detalles en la vida de Levin son autobiográficos, como la preferencia por su hermano Nicolás, enfermo de tuberculosis, y algunos otros relacionados con el cortejo a Kitty, como, por ejemplo, el de la de desaparición de la camisa en el día de la boda o el miedo que sentía por su esposa duranten el parto. También es un gran indicador autobiográfico el hecho de que Levin se llame como el autor de la novela, Lev en ruso.

Levin encarna las simples virtudes de la vida y la visión de Tolstoi de un modelo de ser humano.

Cuando Tomás se convierte en Levin, el personaje portavoz del autor, Kundera habla a través de Tomás y el paralelismo entre las novelas se hace más evidente.

Levin, en el final de la obra, cita a Nietzsche y a su tesis sobre la levedad del ser. Tomás, en cambio, cita a Nietzsche al principio y hace de la tesis de la levedad el eje de su modelo ontológico. También es curiosa la forma en que ambos personajes-autores perciben el arte y la religión. La confesión de fe de Levin en el final de la novela, por ejemplo, traza una línea divisoria entre el arte de la moralidad.

La moralidad, la moralidad…

Ana queda atrapada en el sofisma de la moralidad y muere entre sus oscuras redes. El escenario de esta lucha a muerte se acomoda entre las largas noches de sueños perfumados de morfina y arrullados por el demonio de los celos y de la inseguridad.

Usted verá que Ana Karenina, cansada de soledad, decide perseguir el ideal de amor, ¿o persigue el ideal de ser del Ser? ¿Quién no iría detrás de estos ideales? Ana deja a su marido, Alexei Karenin, para irse junto a Alexei Wronsky y ser, así, fiel a sí misma, a su deseo de ser. Sacrifica con esta decisión la referencia de la fidelidad al otro y la de la maternidad.

Ana tambalea en su búsqueda, porque su liberación no es real. Deja de sostenerse en las reglas sociales y se convierte en una mujer moderna, no mítica ni heroína. Cae presa del sofisma existencial que he mencionado: la moralidad.

Ana cree que, para amar a otro, primero se debe desamar. Ella profana y tergiversa el sentido del deber ser, pierde de vista el «para qué» y convierte al amor en un elemento subversivo, en un capricho, casi.

No puede con este sofisma porque, además, se detiene a medio camino. Piensa en la muerte como herramienta reparadora. Pero para Ana la muerte no solo no será una solución, sino que será un castigo. Con la muerte entrega sus armas y les da la razón a sus jueces. La razón…

En la persecución de su ideal de amor llegó a comprender, sin embargo, que «... Las familias felices son todas iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera [...]». También aprende ella que «... el respeto ha sido inventado para disimular la ausencia del amor...».

Ana solo fue moderna, no fue heroína ni mítica, porque no representaba solo a una minoría. Es cierto que Ana Karenina revela el estereotipo femenino presente en el siglo XIX, pues ella es emotiva, ambiciosa, dependiente y hogareña, todos rasgos femeninos, pero también tiene algunos rasgos masculinos, como por ejemplo: nada influenciable, hiperactiva, directa, aventurera, auténtica, subversiva, incluso.

De ella, dice su marido:


«... Ya he tenido ocasión de rogarle que se condujera en sociedad, de manera que las malas lenguas no pudieran atacarla. Hubo un tiempo del que le hablé de sentimientos íntimos; ya no hablo de ellos; ahora, solo es cuestión de hechos exteriores; usted se ha comportado inconvenientemente y deseo que esto no se repita [...]».

«... Entendámonos; exijo que hasta el momento que haya tomado las medidas necesarias para salvaguardar mi honor, medidas que le serán comunicadas, exijo que conserve las apariencias [...]».

En esta rebelión interior, femenino–masculino, surge el drama de Ana. Ella no encuentra un referente entre las mujeres de su clase. No tiene un espejo en el que pueda mirarse. Está sola y desesperada. Se aferra a su ideal ilusorio de amor, Wronsky, y cuanto más se aferra, más teme perderlo. Ana sucumbe, poco a poco sucumbe. Los celos, la morfina y la moralidad la derrumban.

Tolstoi repara la muerte de Ana a través de Levin. Lo hace atravesar crisis interiores semejantes a las de Ana pero Levin no muere y lo convierte, así, en un héroe. Ana murió por amor, y le faltó amor mientras vivió, pero en cambio Levin no murió por amor y vivió enamorado.

Si Ana Karenina no es mito ni heroína, no sé qué la trae hasta nosotros y la hace tan vigente; quizás su belleza, quizás su obstinado deseo de escapar de la rutina, quizás su temblor de labios, quizás su elegante saquito rosa, o quizás el hecho de que fue capaz de perderle el respeto a un hipócrita y auténtico cobarde como Karenin.

«... No; usted no está equivocado —dijo (Ana) lentamente, mirando desesperada el rostro impasible de su marido—. Usted no se ha equivocado: he estado desolada y no puedo evitar que siga estándolo. No pienso más que en él. Lo amo, soy su amante; no puedo sufrirlo a usted, le temo, le odio. Haga de mí lo que quiera [...]».

Teresa, Tomás, Levin, Wronsjy, Alexei Karenin, la perra Karenin, Tolstoi, Kundera, Nietzsche Ana Karenina y la insoportable levedad son los amigos que atraviesan la calma de este espacio.



11 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente, como siempre, la manera de sorprender que tienen sus comentarios.
Si bien un lector común puede establecer alguna relación entre un texto y otro, la manera que tiene usted de, encontrar la relación, expresarla y ahondar en ella , demuestran al comunicador asertivo y eso nos conduce, irremediablemente, a ser lectores de igual conducta. Resultado de ello son las críticas que pueden leerse en su blog.
Como decía Bajtín: “todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto”. No sólo encuentra usted esa “conversación” entre textos sino que a su vez los “conversa” de manera excepcional (¿?)
Puede decirse algo más que: Maravilloso!!! ?

Anónimo dijo...

Sí, yo creo que puede decirse mucho más, estimado/a comentarista.
Por empezar, descontando la brillantez del autor del comentario, creo que él equivoca el rumbo cuando se extraña de la vigencia de Ana Karenina siendo que ella "no es mito ni heroína".
Creo que hay signos en el pasado que no necesitan alcanzar la envergadura de los héroes o tener el poder fundante de los mitos para hacerse presentes.
La problemática de Ana Karenina, a mi entender, no es otra que la tan mentada cuestión entre el "ser" y el "deber ser", la misma que expone Freud en "El malestar en la cultura", la misma que despliega Marcuse en "Eros y Civilización", retomando la teoría freudiana, la misma que, en la literatura tiene tan dignas representantes como la Nora de Ibsen en "Casa de Muñecas", la Isabel Archer de James, en "Retrato de una dama", Madame Bovary, de Flaubert y tantas otras que nada tuvieron de heroínas, pero cuyas sombras nos persiguen, por no decir que nos habitan. Es una cuestión que tanto pensadores (sociólogos, antropólogos, filósofos) como personas comunes (usted, yo, él, ellos) sobrellevaron y sobrellevan, como pueden, hoy y en todos los tiempos, desde el advenimiento del hombre a la cultura.
Es cierto que los héroes y los seres mitológicos dejan su impronta y, si bien su vigencia puede obedecer a las mismas razones, creo que no es una condición necesaria.
Pienso que Ana Karenina, en definitiva, sigue ocupando ese lugar equidistante entre lo prohibido y lo deseado, entre lo mandado y lo que se rebela y, ya en términos más vinculados con la subjetividad, me animo a decir que entre lo posible y lo imposible.
Finalmente, ya que intenté referirme a un solo aspecto, en verdad pienso muchas cosas más, pero temo que el autor del blog me bloquee.

Anónimo dijo...

Si nos guiamos por una de las acepciones de la palabra “heroína”, Ana lo es, es la protagonista de una obra. En cuanto al término “mítica”, sin duda, Ana no lo es, nada más alejado de ella, es profunda, total y deliciosamente terrenal. Lo demuestra en sus acciones: defender su amor, ser fiel a sus sentimientos, luchar por lo que ella desea, ansía, frente a una sociedad que, seguramente, la defenestraría. Quizás cometió errores, quien obra suele cometerlos; no se equivoca quien permanece atado e impasible a normas con las que no está de acuerdo, quien acepta, sólo por temor, situaciones que perturban el alma.
Mujer moderna, sí, seguramente lo es, y adelantada para la época, nada tiene ello de malo, para nada, demuestra su femineidad, la defiende. Tengamos en cuenta que a la mujer le cuesta aún hoy defender ciertos conceptos e ideales.
Es admirable la convicción con la que ella defiende sus sentimientos, acertados o erróneos pero, fundamentalmente, verdaderos.
En varios pasajes me siento identificada con el personaje de Ana.
Estimado/a comentarista no creo que el autor del blog llegue a bloquearla, me parece que dio muestra de amplitud de criterio como para que lo lleve a hacerlo. Comente, creo que se nos da la oportunidad para ello.

Flenning dijo...

Me paree que mi comentario acerca de la condición mítica o heroica de Ana Karenina fue el centro de esta breve polémica, de modo que contesto, en forma general, a este punto.
Insisto con mi idea de que Ana trascendió y con la idea de que no es heroína, pues no completó su obra. No fue nada de lo que se propuso. No fue pensadora libre, ni libre, ni feliz, ni madre, ni un paradigma social. Tampoco fue un cambio de paradigma.
Todos sus «para qué» quedaron muertos con ella, bajo el tren. Ella, con su muerte, regaló su lucha, o toda su lucha quedó reducida al sin sentido. Su obra, en fin, no existe, solo existe el recuerdo de lo que quiso ser, y de su deseo por revelarse.
Hay que tener en cuenta que, respecto de esa presumida libertad, Rusia era uno de los pocos países que tenía divorcio, al menos se les otorgaba a la clase alta, de modo que tampoco era una gran transgresión tener un amante.
Volviendo, entonces, sobre el argumento de Ser y el deber Ser, me pregunto ¿es esta lucha interior una condición necesaria de trascendencia, o solo es suficiente? ¿Todo aquel que decide atravesar la brecha que separa su Ser de su deber Ser trasciende? ¿Todo aquel que trasciende debe tener, como mínimo, un rasgo de esta lucha interior?
Para responder a la condición «suficiente» puedo decir que yo y mi lucha interior somos un contraejemplo, mi anonimato es la prueba.
Para responder a la condición «necesaria» puedo decir que algunos personajes, amigos de este espacio, han logrado trascender sin tener conciencia alguna de su ser. Cito al inasequible Godot que, junto a su trío del no decir, atraviesan los teatros desde décadas. Ellos tampoco son héroes.
La trascendencia de Ana, el personaje, es un hecho aceptado. Quizás puedan encontrarse casos reales, mujeres «modernas», no mítica, no heroicas pero con igual trascendencia. No piensen ustedes en las mujeres mencionadas en la saga de Fermat, pues ellas sí son heroínas. Los personajes de los cuales hablo hay que buscar en la nobleza, en seres comparables con la Kaenina. Diana de Gales murió buscando su ideal y ha trascendido. No es heroína, ni mítica. Sigan ustedes.

Anónimo dijo...

Creo sinceramente que la pugna entre el ser y el deber ser es inherente al hombre, en tanto sujeto de la cultura. Me permito insistir yo también: todos, salvo aquellos que van por la vida festejando un eterno cumpleaños feliz, todos, digo, pugnamos por sintetizar, en los hechos, esa inquietante contradicción.
Vincular la trascendencia con esa lucha es, cuando menos, curioso. Se podría decir que la ameba o el paramecio han trascendido desde su origen hasta nuestros tiempos por el solo hecho de ser organismos unicelulares que tienen la virtud de albergar un sistema complejo. Sin embargo, ninguno de ellos nos ha dejado, hasta ahora, siquiera adivinar si tan insignificante como trascendente organismo incluye la pregunta de marras: ¿ser o deber ser? Al menos yo nunca pude encontrar la respuesta que se dan esos infames cuasi-animalitos en ningún tratado de zoología.

Fuera de toda ironía, es probable que, si mi teoría es correcta, ya que casi todos somos extremistas y pendulamos entre los dos términos de esa relación, esa lucha no sea razón suficiente ni tampoco necesaria para la trascendencia.

Se me ocurre que, si es que hay alguna respuesta, esta no tendrá carácter de verdad o falsedad, tal como sería si la pensamos desde la lógica clásica. Creo que el secreto reside en la perspectiva que se tenga de la cuestión y para eso, se impone cambiar de lugar. En definitiva, posicionarse en un lugar bien diferente del lugar común. Es en ese sentido que hablo de la equidistancia entre lo posible y lo imposible.
Los héroes y los seres mitológicos son capaces de traspasar el puente hacia lo imposible y de resolver el dilema y quizá sea eso lo que los transforme en héroes o en mitos.
Nuevamente insisto: trascender es más amplio y abarca no solo a los que alcanzan lo imposible, sino también y muy especialmente a quienes no lo alcanzan, a los antihéroes, a los torturados, a los decepcionados del mundo, a los que se atormentan por llegar a la codiciada meta que dibujan sus sueños.
Propongo aquí buscar, entonces, el denominador común que caracteriza a ese grupo de seres y determina, seguramente, su trascendencia.
¿Cuál será, entonces, el mérito de esas mujeres y hombres, si no se diferencian de la mayoría y si, como dice usted, en el caso de Ana Karenina, su época hasta le
proveía los recursos que le podrían haber permitido resolver su angustia existencial, sin tener que llegar, como tantas otras, a la autoconfinación o al suicidio?

Flenning dijo...

No es que me proponga ignorar su argumento, pero me parece que, además de repasar y reformular las preguntas ya hechas acerca de la condición necesaria o suficiente para la trascendencia, se cierra sobre si mismo y remite al punto cero.

Daré pues mi versión, quizás decepcionante, sobre este tema.

Esteban Arkadievich Oblonsky es el hermano de Ana y el mejor amigo de Levin, casi nada. A través de él y de su circunstancia Tolstoi mueve los hilos de la trama. Es el nexo que vincula los conflictos del resto de los personajes. Es el negociador. Es el anfitrión amable que entretiene al lector y le da las visiones laterales sobre todo lo que sucede. Es un príncipe, un sibarita y un santo bebedor. Es la simpatía personificada. Sobre él, «Stiva», Esteban Oblonsky, podrían decirse muchas cosas.

¿Pero acaso no hemos dicho ya muchas cosas sobre Ana, sobre Levin, sobre Wronsky y sobre Alexei Karenin? ¿Quien es el verdadero protagonista de esta novela? ¿Es Ana el motivo de discurso de Tolstoi?

En fin, ¿Seria Ana un personaje trascendente si la novela no llevara su nombre? Quizás no, probablemente no. Yo he preferido por igual tanto los capítulos en los que se habla de ella como los de otros y me sorprendió la habidas narrativa de Tolstoi para hacer foco y sostener la atención sobre todos por igual. Creo, entonces, que lo que no ha de olvidarse, y de hecho así ha sucedido, es el arte aparte con que escribe Tolstoi.

Anónimo dijo...

Acepto que, ciertamente, repaso y reformulo, aunque debo agregar que esa repetición no es sin objetivo. Me lleva el afán de levantar sus preguntas como si fueran propias, porque de hecho lo son, qué coincidencia.
No le concederé, sin embargo, aceptación alguna a su sentencia con relación a mi argumento: "se cierra sobre sí mismo y remite al punto cero", porque entonces cabría pensar que también su argumento es cerrado, ya que lo que usted llama mi "repaso y reformulación" se basan, en principio, en lo que usted mismo se pregunta. En fin, casi se diría que son un plagio.
Aclarado el punto, no me quedaría sino responder, desde mi propia subjetividad, lo que yo creo que hace trascendente a un personaje como el de Ana Karenina.
Todo lo que usted sostiene es, sin duda, muy interesante y sería facilísimo adherir sin más a su desarrollo, para ponerle punto final a estas cuestiones.
Pero mi espíritu rebelde no me permite, y lo lamento, establecer alianzas ni complicidades con ningún discurso, por más brillantemente enhebrada que esté en él la filosofía de quien lo emite.
¿Qué hubiera sucedido si Tolstoi, en lugar de titular su obra como Ana Karenina, se hubiera decidido por nombrarla "Levin" o "Wronsky", o incluso "Karenin"? ¿Habría desviado la atención hacia el personaje más valorizado por él y con eso la trascendencia cambiaría de objeto? Es una pregunta abierta.
Supongo que Tolstoi –con su pasión y con su ideología a cuestas– ha tomado partido por la frágil Ana.
Lo mismo sucedería, creo, si sus lectores tomaran partido por su escritura y valoraran, más que otros contenidos, el contenido de su blog o de sus libros, si los tiene. Es probable, entonces, que usted trascienda si y solo si los otros así lo disponen.
En ese sentido, ¿qué es lo novedoso de su aporte?
Pues yo creo, humilde y respetuosamente, que no hay nada nuevo en lo que dice. Concluir que Ana trasciende en virtud de la maestría de Tolstoi, no es más que repetir los axiomas vinculados con la condición gregaria del hombre, desde las sinuosas caminatas de Aristóteles, hasta el coqueto escritorio de Lacan, en sus cavilaciones acerca del carácter social del ser humano y de la necesidad de un "otro" que lo sostenga en el discurso.
Pero, cómo... ¿entonces, usted también repasa y reformula?
Concluyo, por lo tanto, que puede que cualquier intervención mía resulte una molestia, pero usted me necesita para su propia existencia. Quién le dice, quizá yo también tome partido por lo que escribe.

Flenning dijo...

Lo de «cerrado sobre si mismo» no lo dije sin sustento ni por lo que usted cree sino por cuestiones que pensé que estaban claras, pero parece que pensé mal.

Veamos.

Habíamos estado de acuerdo en que los héroes y los seres mitológicos logran trascender, y habíamos estado de acuerdo, también, en que Ana no era heroína.

La pregunta resultante fue, ¿por qué está vigente si ella no es heroína? Usted contestó, palabras más o menos, «porque aunque no es heroína se destacó por su lucha interior».

Yo contesté que eso no es condición necesaria ni suficiente para atravesar el tiempo y puse algunos contraejemplos, a lo cual usted dijo que «todos los seres humanos tenemos esa lucha interior». ¿Que quiere decir eso?

Según entiendo, eso quiere decir que como todos padecemos el síntoma de querer ser lo que queremos ser, entonces todos somos una Ana trascendente en potencia. Pero esta conclusión es otra vez falsa, con decenas de contraejemplos a la vista.

Yo dije que su argumento es circular, porque, como ve, vuelve a empezar, se remite a si mismo. Según usted, son trascendentes los héroes, los antihéroes, toda la especie humana, la amiga Bovary, la amiga Ana, y hasta el adorable Pluto.

Para rematar la velada, ahora me dice que lo que en realidad quiso decir es lo que dije yo, y hasta me dice que la plagié. También me dice, en un exabrupto, que necesito de usted, como quien dice que Uno trasciende por el Otro.

Yo no necesito trascender, sino un calmante para los nervios. Le aviso pro las dudas.

Anónimo dijo...

Al autor lo leemos, estamos de acuerdo con él o no, lo aprobamos o disentimos con él, pero no estoy de acuerdocon lo que la comentarista 7 dice, que él trasciende por nosotros, simples lectores. Es su manera de escribir la que está más alla de cualquier comentario, sea este a favor o adverso. El lector jamás puede dar vida a la materia si la pluma en sí no la tiene...

Anónimo dijo...

Ya lo creo que usted no necesita trascender, y no creo que necesite de otra persona para su existencia,mucho menos de un anónimo
un buen te de tilo,previene la ulcera

Anónimo dijo...

Al autor:

¿Cómo puede escribir usted tan bien si entiende todo al revés?

Por empezar, lo del plagio lo dije por mí y no a la inversa: yo lo plagié –casi– a usted, porque reformulé sus preguntas.

Para seguir, nunca dije que la lucha entre el ser y el deber ser fuera "interior". ¿Acaso sabemos dónde está el inconsciente? Pues, le adelanto, no sin pesar, que dudo que un calmante para los nervios le aquiete las contradicciones. A lo sumo estabilizará el tamborileo de sus dedos. Estar nervioso no es lo mismo que tener que soportar la existencia, leve, por cierto.

¿Cómo puede tener un estilo tan personal, si, por lo visto adora tergiversar?

Nunca dije que todos, absolutamente todos, seamos pasibles de trascender. Solo pregunté, con usted, por qué trasciende alguien como la Karenina, como la Bovary o el tierno Pluto.

¿Cómo puede ser tan sentencioso si resulta tan inconsistente?

Usted se da una respuesta: es Tolstoi y su arte quienes la hacen trascender. Y ahora, suelto de letra, viene a llamar "exabrupto" la idea de que uno no trasciende sin el otro.

Y por favor, no ponga esos vocablos –uno y otro– con mayúsculas, porque estaría diciendo otra cosa y entonces no me quedará más remedio que preguntarle:

¿Cómo puede ser que pareciendo tan convincente resulte tan capcioso?

Al último comentarista: tampoco estoy de acuerdo con usted. Nadie es tan simple como parece. El pensamiento de un escritor no tiene una envergadura distinta de la del pensamiento de un lector, en tanto humanos. Distinto es imaginar que mi mascota pueda leer. Entonces, quizá, se podría descubrir que, entre las ideas de un escritor y las de un animal hay un abismo. Gana, por supuesto, el plumífero (si acaso se tratara de un loro).
La palabra no tiene sentido en sí misma. La palabra no sirve sino para alcanzar al otro, para impactar sobre él. Pruebe, si no, a filosofar a solas y en voz alta en medio del Sahara, estimado cofrade.