jueves, julio 24, 2008

Relámpagos de tragedia y comedia

Pese a que Jorge Ibargüengoitia se tomaba tiempo para aclarar que el humor y la Revolución eran temas ajenos a su voluntad, nunca pudo desataviarse de esas etiquetas, incluso fueron las más aplaudidas por sus lectores. Casualmente, el diario Excélsior, en la crónica aparecida en el día de su muerte, lo calificaba como uno de los más grandes “humoristas de la literatura mexicana contemporánea”.

Yo, limitado como estoy en el arte de comentar, solo puedo repetirme en estos conceptos.

Tanto en Los relámpagos de agosto como en Maten al león, Ibargüengoitia describe la fauna política y militar de la época. Son personajes que se mueven con maneras engañosas, capaces de desplegar una codicia sin para qué, que desean lo indeseable, lo inalcanzable. A veces, buscan una valoración efímera y otras, la gloria perpetua. Sus armas son la cobardía, la traición, la intolerancia, el desaire, la bizarría y, otra vez, la traición. Les da lo mismo matar por una ristra de chorizos que por una candidatura. Proponen “unámonos y vayan”, porque siempre es mejor luchar cuando la sangre derramada es de otro. Solo se indulta por dinero.

Lo sorprendente es que casi medio siglo después, esa fauna y esa manera de hacer política aún pueden ser reconocidas.

Los relámpagos de agosto

Yo quiero ser ministro –les advertí cuando nos hubimos sentado-. De lo que sea, pero ministro. Porque comprendí que este era el momento de ponerme las botas. "Ahora o nunca"–dije para mis adentros.

-¿Y por qué a nuestras respectivas zonas? ¡Vámonos a la frontera! -dijo Valdivia. Esta frase debió darnos una idea del gran tamaño de su cobardía–.

Así que nada de lo que dice el Gordo Artajo es verdad: "...como Arroyo estaba muy alarmado...", porque alarmados estábamos todos, empezando por él, que fue el que tuvo la idea de que nos disfrazáramos y hasta se puso un sombrero de petate, y se hubiera puesto el overol del jardinero, si hubiera cabido en él.

-Ya estamos cansados de sus revoluciones -me contestó él.
Maten al león

-Que quede bien claro, diputado: el móvil fue el robo y los culpables serán castigados.

Con las reacciones propias de un militar que ha pasado parte de su vida en campana, Belaunzarán brinca, es presa del pánico, huye hacia su despacho, y de un clavado se mete debajo del escritorio.

Recuerde, Ingeniero, que en este país nadie resiste mil pesos.

Las madres, desgreñadas, sudorosas, malhumoradas, llevando en los brazos niños meados, gritan como generales tratando de reunir sus huestes para emprender la retirada.

Hay algo más, incluso, que aparece en ambas novelas: se trata de la lucha fatua. Pareciera no haber ideales sostenibles. Cuando algo deja de convenir, en una interpretación del convenir totalmente anárquica; sencillamente se cambia de idea, y aquello por lo que se luchaba cambia de signo, de valor. La sucesión es inexplicable y absurdamente larga. Una y otra vez se repiten los intentos de salvación como se repiten los fracasos. ¿Salvación de qué? ¿Salvación de quién?

En el intento de salvación, decía, fracasan todos, cualquiera sea el grupo al que pertenezcan. Fracasan los intelectuales, los idealistas, los románticos, los ingenuos, los cínicos, los ricos y, por supuesto, fracasan los pobres.



Aquí está expresada la idea del fracaso. No vale la pena luchar por algo que parece irremediable. ¿Qué es más absurdo? ¿Luchar sin estrategia, siguiendo el ritual que impone la pura casualidad, sacrificando una vida tras otra por una causa voluble, que más que causa parece aventura, u olvidar todas las causas y asumir la reinante desgracia como definitiva? Es una cruel paradoja porque, si se comprende el absurdo, se debe abandonar la causa y, si se abandona la causa, se debe aceptar lo inaceptable, que es donde germina la causa.

En este clima de tragedia, de vanas esperanzas y de caminar en círculos, tampoco la muerte es la solución. Siempre son más las intenciones que los hechos y también son más los muertos olvidados que los héroes. Imagino al autor sumergido en el alcohol y en la risa como única vía de escape.

Los relámpagos de agosto

Afuera vi a varios soldados que andaban festejando la victoria, ya medio borrachos, a pesar de que no eran ni las nueve de la mañana.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque Ud. diga que sólo se limita a comentar, hace un análisis retrospectivo, actual y, por que no, proyectivo, de la política y de los polìticos y nos ayuda, con su reflexión, a entender a muchos de los pertenecientes a "esa raza" que son los polìticos.
Como siempre Ud. proporciona la palabra justa en el momento adecuado. Una vez más debo felicitarlo.

Anónimo dijo...

Nunca leí a Ibargüengoitia, pero de acuerdo con lo que usted comenta sobre sus novelas, creo que ese modo de expresar el nihilismo, el vacío y la desesperanza propios de nuestra época, harían de esa lectura una experiencia, para mí, difícil de sostener.
Es probable que lo que diré ahora, suene como el discurso adulador de una solterona a su canario, a través de los barrotes de la jaula. Pero prefiero quedarme con su imaginación, en especial cuando frente a la encrucijada entre la causa y lo inaceptable, y aun inspirado en las palabras del autor, piensa en la embriaguez y en la risa, "como única vía de escape".
No deja de ser una salida por el lado de la vida, por contraposición al camino de corruptela y mezquindad propio de la política, donde ni siquiera la codicia tiene un "para qué".
Ahora soy yo quien,lo imagina a usted cifrando un mensaje eterno: "Yo quiero ser escritor. De lo que sea, pero escritor". Es que ese deseo se nota en esas preguntas que formula y que impactan, en principio, en los ojos del lector, escriba lo que escriba.
O será mi imaginación?

Flenning dijo...

No sé cómo habrá hecho usted para lograr coincidir en las mismas tonterías que Ibargüengoitia sin haberlo leído. Fíjese en esta cita:

“Belaunzarán, en mangas de camisa, visita a los gallos de pelea que tiene, enjaulados, en su quinta de la Chacota. Les dice tonterías, como una solterona a sus canarios.” (Maten al león)

Sin ánimo de ofender, imagino que la coincidencia se debe a que el vicio de decir tonterías debe estar tan arraigado con las lechugas, y uno no escapa de sus raíces.

De todos modos no se preocupe, es una coincidencia que produce mas ventajas que daños.

Por lo demás, le agradezco los elogios y me imagino que algún día descifraré el criptograma, por ahora sigo empeñado en la Stenographia de Tritemio.

Anónimo dijo...

Usted no se encuentra limitado en el arte de comentar ...Escribiendo,comentando ...sus palabras nos llevan del sueño al asombro... a la fascinación o hacia algún lugar al que quizá solo llegan los ojos de un ser puro e intuitivo.-Felicitaciones !!!