lunes, octubre 24, 2005

Abracadabra

¿Qué pauta conecta el cangrejo a la langosta, la orquídea a la prímula y todo ello a mí?

Gregory Pateson

Tengo en mi poder un talismán con una inscripción copta. Quien me lo vendió, Bertrand H. Tufte —considerado como el último ídolo romántico, o el Amadis de Gaula de los coleccionistas de antigüedades— dijo haberlo traído desde Nubia y dijo, también, desconocer el significado del artificio, pero le concedió, sin embargo, una importancia no transitoria:

"(...) según la interpretación de reconocidos amanuenses argelinos, acostumbrados a leer y transcribir escrituras antiguas, el talismán alcanzaría, usado en la forma correcta, un poder mágicamente mágico (...). Estimo que su valor —si acaso no es divino— debe ser, por lo menos, literario (...). El estudio de la pieza supera mis expectativas y a esta altura, debo situarla en el ámbito de la incertidumbre. De modo que, considerando mi urgencia y mis escasos recursos para revalorizarla, sólo puedo venderla como antigüedad (...). Tal vez usted, estando armado para el abordaje y el desafío y enterado, como está, de que la información que traen consigo los secretos, aumenta con el tamaño del secreto —como en la paradoja del todo con la parte— pueda seguir el canon lúdico que lo caracteriza y vislumbrar la respuesta que a mí me elude o, eventualmente, pueda llegar a hacer un mejor negocio que el mío...".

Como dije, tengo el talismán. Lo compré hace dos años. Lo hice desobedeciendo mi genética tendencia a dejarme seducir por los acrósticos; afortunadamente, ese aspecto de mi ego ya estaba en puerto seguro[1], aunque Tufte no tenía por qué saberlo.

Sin pudor, confieso que —estando implicado de primera mano en este tipo de operaciones comerciales— la decisión de la compra tuvo que ver nada menos que con la pueril y humana tentación de regularizar, para siempre, mi modesta fortuna. ¿Quién querría mal vivir? De todos modos, jamás hubiese pagado un precio de muerte por una pieza de metal de "mala muerte", sin haber considerado como cierta la idea de que ese pregón iconoclasta, tan libre de contexto y tan sin gramática fuese, en realidad, el lenguaje de un mapa divulgado con símbolos del alfabeto creador.

Pensé que si lograba resolver el artificio y pararme en la hipótesis más comercial posible, entonces tendría sentido preguntarme: ¿Cuál es el valor mágico de la escritura? ¿Cuál es el valor de la escritura mágica? ¿Quién no es capaz de poner su sangre en deuda, a cambio del hilo de Ariadna que lo lleve al centro de su destino?

Imagino que Tufte imaginó que yo imaginaría, para la resolución, todas las interpretaciones posibles y alguna más, todavía...

Por fin, en medio del agotamiento de estas horas, he querido poner por escrito lo que descubrí acerca del talismán, con la confesa intención de preservar mis derechos y los correspondientes dividendos, obviamente. Sólo espero que las arraigadas imprecisiones estéticas que acompañan mi letra, no desfiguren el inspirado entendimiento del lector.

Debo comenzar la descripción, diciendo que es evidente la presencia del genio y del ingenio, porque su interpretación no puede formularse —y pienso que de esa manera fue diseñado— desde una sola perspectiva. No digo que su mensaje sea ambiguo o que esté dirigido, en particular, a alguna etnia o corriente religiosa; digo que se trata de un mensaje transcultural. Quien lo haya hecho ha logrado —en un solo acto de fantasía creadora— que la idea mística germinara independiente de la forma. El mensaje del talismán seguirá siendo bello, aun cuando sea escrito por mí, con garabatos en la arena.

¿Será posible captar la belleza sin poseerla antes? Intuyo, en la mano de su autor, la plasticidad de un geómetra y el simbolismo e ideales de un poeta.

El talismán es enteramente genuino y está apenas deteriorado por la cristalización y por la erosión de repetidas limpiezas inexpertas. Basándome en otros ejemplares sasánidas, pienso que debe haber sido acuñado durante las primeras décadas de la Hégira. Está hecho sobre un metal noble y su diámetro es prácticamente el doble que el de un Dirham. Tiene un pequeño orificio cónico en su centro, lo que le da la forma de una corona circular.

En lo que considero la cara, o el verso, hay una Vesica —el ojo del padre, que todo lo ve— y por encima de ella existe una inscripción numérica. El número al que me refiero es el 12.

La interpretación que hago de estos signos la considero oportuna puesto que la inscripción numérica obliga a situar la pieza en la posición correcta, y única.

Debo insistir con mi interpretación transcultural, diciendo que hay un antiguo texto sánscrito, el Manasara Shilna Shastra, que ilustra los pasos necesarios para la construcción de una Vesica:

"(...) El sitio ha de ser elegido por un practicante de la geometría, (...) clavándose allí un gnomon, alrededor del cual se trazarán dos círculos (...)".

La conexión de estos símbolos, podría no ser trivial para el lector desprevenido de modo que —tratando de comprender la mente del autor de esta pieza— diré que, si se toma un icosaedro por alguno de sus doce vértices y se empuja hacia adentro, de forma tal que sea posible convertir la parte exterior en la interior, "hasta darlo vuelta como una media", se obtendría un toroide, un sólido muy parecido al talismán, pero con sección circular. Construir una Vesica, a partir de este nuevo cuerpo, es muy sencillo, excepto por el lamentable detalle de que, para voltear un cuerpo sobre sí mismo de la forma sugerida, se requiere tener una mano en la cuarta dimensión.

En mi opinión el doce es, entonces, la clave para acceder a dimensiones superiores y a la Vesica. Debo suponer que, quien diseñó el talismán, quiso sugerir que los signos eran de naturaleza mundanamente divina pues, al relacionarlos con la geometría, se independizan de cualquier significado hermético u orfístico.

En el reverso, el lado del sello, está el texto escrito en copto que he mencionado, con su congelado principio mágico. La figura que describe el caligrama sigue una trayectoria en espiral, que se lee de derecha a izquierda y converge en el mismo centro cónico. Aún no lo he comprobado científicamente, porque no lo consideré necesario, pero me atrevo a afirmar que la espiral se desarrolla con una razón áurea.

El texto propiamente dicho está formado por un pentacróstico perfecto. Contiene cinco grupos de cinco palabras de cinco letras y cada palabra es, a su vez, anacíclica.

Si se hace girar el talismán en el sentido contrario de las manecillas del reloj, mientras se sigue con la vista la dirección de la caligrafía, el artificio produce —en una aproximación voluntarista del observador— el síntoma de ser atraído hacia el centro de la espiral, hasta pasar al otro lado y conectarse así con el padre de todas las doctrinas, representado por la Vesica.

Sé que alguien podría denunciar como erróneas estas conclusiones sólo argumentando que, por medio de este caprichoso sistema de analogías, es posible construir cualquier oscura verdad, para luego decir con levedad que atravesar un laberinto —con su alegórica ceremonia de tránsito flexible e incierto— para llegar al otro lado no es, en realidad, un gran mensaje.

A tales denunciantes debo decirles que —aun admitiendo que antes de la palabra fuese la fábula— considero una falta de respeto rebelarse ante la obvia conclusión que emerge acerca del destino señalado, o del devenir indescifrable, porque los símbolos del talismán no son un enigma.

Como dije, he descubierto que el artificio no debe ser inscrito en la categoría de enigma ya que se trata de un mapa, y nada más que de un mapa. No hay tal laberinto, aunque sí hay un camino y también hay un destino. La referencia acerca de que el camino dibujado por el caligrama puede llevar a la creación, está sólo relacionada con la palabra, y afirmo que no hay nada más allá de eso: No hay acertijo por descubrir.

Un dato curioso que sí debo mencionar es que esa palabra, como un signo de arte literario, se cierra sobre sí misma con una clave de cinco veces cinco veces cinco veces... Una y otra vez, es la misma palabra, aun leída en dirección retrógrada. Si algún lector del caligrama equivocase el camino de lectura, aun así el mensaje brillaría iluminando el centro. A cada paso, hay una llamada al cinco y es como un pulso de re-pent, una convocatoria al arrepentimiento y al retorno a los ciclos de la vida.

El mensaje es una señal baricéntrica que conduce al ser, a la parte más intima de uno y así cada vez, con cada paso, hasta llegar al todo...

Y me vuelvo a preguntar: ¿Será posible captar la belleza sin poseerla antes? No lo creo. Comprender la belleza no me ha permitido alcanzarla plenamente, y tratar de divulgarla tampoco me ha hecho rico.

Aquí estoy, no sé dónde es aquí. Parezco atrapado en algún lugar del icosaedro curvado, cayendo sin cesar hacia la Vesica, o suspendido a la deriva en algún punto, entre el cinco y el doce, esperando una mejor brisa de arrepentimiento que me conduzca, por lo menos, a destierro.



[1] Dos de los acrósticas coptos que he resuelto se comportan como algunos de los más ingeniosos, ver Abracadabras sublimes pp. 128 y ss.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He estado leyendo "Abracadabras sublimes" desde el alfa hasta el omega y no encontré, ciertamente, ningún Abracadabra que fuera más sublime que el suyo.

Anónimo dijo...

¿Será posible captar la belleza sin poseerla antes?
creo que sí
"Envía tu rayo hasta la palabra”
excelente