No puedo evitar recordar a Lisbeth Salander, quizá porque Julieta Leguizamón, La Retaquita, también tiene algo de heroína contrahecha. Digo que es heroína, porque así la describe Quique.
«... Sí, claro, era rara la fascinación que Julieta Leguizamón ejercía sobre él y lo llevaba a ver La hora de la Retaquita todas las noches que podía. Esa mujercita había hecho historia, sin proponérselo, sin sospecharlo. Con su audacia provocó acontecimientos que cambiaron la vida del Perú. ¿No era extraordinario que una muchacha del montón, que no era nadie, a base de puro coraje, hubiera provocado semejante terremoto como la caída del todopoderoso Doctor? Hubiera querido conocerla, conversar con ella, saber cómo hablaba cuando no estaba representando en la pantalla su papel de hurgadora de intimidades […] ».
Sí, claro, era rara la fascinación, pero ¿por qué yo no siento interés en conocer a La Retaquita y, en cambio, me desvela la idea de conocer a Lisbeth?
Algo no encaja. ¿Uno es lo que Es o lo que puede ser? ¿No soy mejor porque no me dejan?
─De acuerdo, Carlos, interesantes preguntas para la hora del té, pero no olvides que La Retaquita se opuso al sistema y a todo lo que implica.
─ ¿Y mientras tanto, Quique? ¿Qué hizo ella antes de salir de la caverna platónica de Cinco esquinas? Si mal no recuerdo, ella sepultó la carrera artística de varios artistas y políticos, difamando por encargo. ¿O no? Incluida tu propia carrera. Ella sabía que eso era incorrecto.
─Pero no le estropeó la vida a nadie…
─… La Retaquita me estropeó la vida; de hecho, mi carrera profesional nunca estuvo en peligro.
─Eso es subjetivo.
─Ya deberías saber, che Carlitos, que la verdad es subjetiva. Anota que te digo otra verdad subjetiva, como cualquier otra verdad…
«... La verdad era que, hasta el maldito chantaje que intentó infligirle Rolando Garro, su vida sexual con Marisa se había ido marchitando, convirtiendo en una gimnasia sin fuego. Y, de pronto, en los días de la separación que siguieron al escándalo de las fotos en Destapes, y durante la reconciliación, había experimentado ese renacer de las relaciones con su mujer, una segunda luna de miel. A ella le había pasado lo mismo […] ».
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La Retaquita disfrazada de Lisbeth…
«… Apenas sintió que el individuo que iba detrás de ella en el ómnibus de Surquillo a Cinco
Esquinas se le pegaba con malas intenciones, la Retaquita sacó la gran aguja que llevaba prendida en
el cinturón. La retuvo en la mano, esperando el próximo bache del vehículo, pues era en los baches
cuando el vivazo aprovechaba para acercarle la bragueta al trasero. Lo hizo, en efecto, y ella,
entonces, se volvió a mirarlo con sus enormes ojos fijos —era un hombrecillo insignificante, ya
mayor, que en el acto le apartó la vista— y, metiéndole la gran aguja por la cara, le advirtió:
—La próxima vez que te me arrimes te clavo esto en esa pichula inmunda que debes tener. Te
juro que está envenenada.
Hubo algunas risas en el ómnibus y el hombrecillo, confundido, disimuló, haciéndose el
sorprendido[…] ».
Me quedé pensando en la defensa hipócrita que Quique había hecho sobre La Retaquita. Podía admitir el valor subjetivo de la verdad, pero no podía admitir el daño objetivo que la verdad publicada en Destapes le había provocado a Julián Peineta. Admitir eso me supondría admitir, también, que la poesía y el humor son víctimas de la verdad, cualquier verdad.
2 comentarios:
Volviste!!! Después de tanto tiempo...
Cuánto me alegra leerte y con este magnífico post!!
Un afectuoso saludo!!
Lau.
Tanto, tanto tiempo ... Su letra sigue intacta. Después de pan y agua esperemos llegue la ambrosía.. Bienvenido again!!!
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