lunes, noviembre 22, 2010

Sé lo que estás pensando, de John Verdon

Acercarse al mal y salir ileso parece una utopía. Vuelvo a recordar la sangre que brota de la arena de los reñideros y tiñe nuestra vida con la muerte de otro. Parece imposible mirar al mal a los ojos y no sentir siquiera su aliento pestilente o el miedo ante su macabra impunidad.

Pero, ¿para qué quiere usted acercarse al mal?

Pues, para conocerlo, reconocerlo y aprehenderlo. Luego, cobarde o sabiamente, podría cruzarme de vereda apenas lo viera aparecer en el bar de la esquina. Para poder mirarlo a la cara y decirle: oiga, señor TaloCual, usted es malo. Lo sé porque mira así, camina asá, dice esto, hace aquello y piensa en lo de más allá. Sé que es malo, sin ninguna duda.

¿Es posible, es probable?

David Gurney cree que sí. ¿Que sí qué? Que sí a todo. Que sí es probable y que sí es posible. David Gurney no solo lo cree, sino que allá va con su creencia a cuestas. Quizás, su intención sea iniciar la búsqueda del gen de la maldad; incluso, quizás, su cura.

«… Dave Gurney examinó con atención el rostro lívido y plácido de Jason Strunk, que le devolvía la mirada desde la pantalla de su ordenador; en realidad, era la foto de la ficha policial de Jason Strunk, tomada tras la detención. Había ampliado la imagen para que la cara tuviera el tamaño real […]. Los ojos siempre eran lo más difícil, los ojos y la boca, pero eran la clave. En ocasiones tenía que experimentar con la posición y la intensidad de un minúsculo reflejo durante horas, y aun así terminaba con un resultado que no le satisfacía […]».

Pero el mal, no sé…, digo que por algo está donde está, acomodado plácidamente en medio del paisaje, bebiendo cerveza en el mismo bar que usted y yo, brindando sin complejos por la paz del mundo «esta ronda va por mí, compañero.». El mal es un artista de la impostura, sonríe amablemente y con decoro, pide disculpas, se persigna antes y después de tomar los alimentos y hasta sospecho que se muestra preocupado por el precio de los tomates.

¿Es hombre o es mujer?


Ya ve usted. Se lo dije. El mal usa camuflaje. No es fácil reconocerlo. Incluso, con sus mañas, puede hacer que usted parezca el malo y que se sienta culpable siendo víctima.

«No hice lo que hice
por gusto ni dinero,
sino por unas deudas
pendientes de saldar.
Por sangre que es tan roja
como rosa pintada.
Para que todos sepan:
lo que siembran, cosechan».

¿En qué piensa el mal?

Yo diría que piensa en lo que pensamos nosotros. No me refiero a que usted y yo pensamos en hacer daño, sino a que el mal piensa en hacer mal pensando en lo que pensamos nosotros. Pero, si el mal piensa en lo que pensamos, entonces es mejor no pensar en cómo puede pensar el mal lo que estamos pensando, sino en pensar otros pensamientos, así el mal, por mucho que piense, no pensará nada malo.

Hágame caso. Piense en una tontería, nada de AUM ni OM, ni ninguno de los mantras orientales. Piense en la receta expulsa maldades que me enseñó mi padre: piense en un número de tres cifras.

¿Lo pensó? ¿Está seguro de que el número que pensó no tiene ningún significado para usted? ¿No representa el valor de una deuda impaga, ni es parte de un número de teléfono que desea no recordar? ¿Está seguro de que ese número que pensó no lo conecta de ningún modo con algo oscuro en su vida? ¿Está realmente seguro de que ese número que ha pensado no lo lleva a preguntarse «Dios mío, ¿cómo he podido»? ¿Con ese número en la mente se siente a salvo de los malos pensamientos?

De todas las verdades
que recordar no puedes,
hay dos más verdaderas:
todo acto tiene un precio,
todo precio se paga.
Te llamaré esta noche
para verte en noviembre o,
si no, en diciembre.

¿No es posible estar a salvo?

No lo sé, pero una cosa sí es cierta: debe usted hacerme caso y dejar de pensar en cómo pensaría el mal y ponerse a pensar en cómo cuidar sus pensamientos.

Desde el punto de vista funcional, Dave Gurney se enfrenta a un problema estocástico, algo parecido al problema que resuelve Rogelio Tizon, aunque está de más decir que entre Gurney y Tizon hay una gran diferencia de procedimiento. En ambos casos, el arma del mal no solo se esconde en la mente de las víctimas, sino en el estrecho espacio que hay entre lo probable y lo posible.



4 comentarios:

David Gurney dijo...

Hola!

Hablo en nombre de Roca Editorial y de los creadores del juego inspirado en la novela (Enigma Manhattan).

Nos ha encantado tu post.

Lo incluimos en la página oficial de facebook:
http://numrl.com/fbookSLQEP

Un saludo

Flenning dijo...

Muchas gracias por el elogio Dave. Para mí también es un placer leerlo, especialmente porque es la primera vez que me contacta el protagonista de una historia.

Por cierto, ya que se ha animado a salir de entre las palabras de Verdon quería preguntarle algo, espero que no lo tome como una indiscreción, ¿sabe usted como puedo contactar al sargento Wigg? El talento matemático de esa mujer me ha dejado inquieto…

Anónimo dijo...

Con relación a la última frase de su aleccionador comentario –me refiero a eso del "estrecho espacio que hay entre lo probable y lo posible"– me permito una pequeña digresión.
No sé cómo hacer esto, pero a mí me gustaría que usted supiera que, entre lo probable y lo posible, lo que existe no es una delgada línea o un "estrecho espacio", sino un abismo insondable; casi diría, la nada en persona. Bueno, la nada en nada. Imagínese.
Lo probable es posible, es cierto. Por ejemplo, es probable que usted se revuelque en un mar de vermut y es posible que pierda unas cuantas tejas más de las del post anterior, si en lugar de ahogarse en vermut lo hace en absenta.
Lo improbable, tampoco es imposible, ya que si logra apartarse de lo que piensa el mal para enfocarse solo en sus pensamientos, es tan improbable como posible que usted pueda vivir en paz por el resto del tiempo que le toca. Sin embargo, si lo que postulo es verdadero, el mal residiría en esa enorme brecha entre lo probable y lo imposible que es la nada, con lo cual, por más que "el arma del mal se esconda en la mente de las víctimas", la probabilidad de que ese mal se dispare desde la nada es nula, y una probabilidad nula no indica otra cosa que una imposibilidad.
Veo probable que usted se pueda contactar con el sargento Wigg, pero es imposible que el talento matemático de esa mujer (de ninguna mujer) calme su inquietud. Muy por el contrario, se inquietará mucho, pero mucho más.
Entonces, entre lo probable y lo imposible, ahí esta usted, yo, todos, en medio de la nada.
Igual, hay otra vuelta, y es el factor de la subjetividad. La medida de nuestra incertidumbre no nos permite asegurar nada, así que, si le place, puede olvidarse de todo lo anterior y seguir enfocado en su propio pensamiento, mientras el germen del mal se cuece en un caldero instalado entre la margen esperanzadora de lo probable y la orilla abrumadora de lo imposible.

Flenning dijo...

Respecto de la subjetividad, puedo decirle que es probable que la «Probabilidad de algo» sea una medida de nuestra incertidumbre, sin embargo, no ignoro dónde encontró Gurney las respuestas que buscaba: ¿Quién?, ¿Cómo? y ¿Por qué? Lamentablemente no puedo dar muchos detalles excepto que la sargento Wigg lo ayudó dandole el soporte matemático de la búsqueda.

Ella, la inquietante sargento, arrojó cuatro rosas sin espinas al caldero y, con una cuchara de madera, removió el potaje. Lo removió de de este a oeste dibujando ochos. Del cuatro al ocho. Esa fue su forma de someter la nada al infinito; el ocho sometió el mal al juicio. Así de simple, y de inquietante es la matemática.