La vida de Tooru Okada, el héroe triste de esta historia, el señor pájaro-que-da-cuerda, es sencilla, discreta, doméstica y curiosamente rutinaria; sin embargo, la rutina que envuelve la vida del señor Okada quizás solo sea la bajamar de una playa en calma.
De pronto, algo cambia. El pájaro que da cuerda al mundo gira la llave de su mecanismo, ric-ric, y entonces es difícil ya saber si lo que es, es, o si solo se parece a algo.
Hubo cambios. ¿Qué cambió? Desapareció el gato. ¿Solo cambió eso? ¿Dónde van los gatos cuando salen por la noche? ¿Se habrá ido por el callejón? ¿Dónde acaban los callejones sin salida? Estas parecen ser preguntas decepcionantemente sencillas, pero las respuestas a esas preguntas, sin embargo, resultan complejas y paradójicas, tan paradójicas como el hecho de que la verdad vive en el mundo de lo apenas cierto.
¿No le parece raro a usted que muchas respuestas se oculten en ese lugar-no lugar de donde no se puede extraer nada cierto y nada falso? Hay un lugar en el que la verdad se parece a la realidad y la realidad se parece a un sueño. Precisamente en ese lugar es donde se esconden los cabos sueltos de las historias sin fin. Ese lugar sin significante es el punto ciego en el que los asesinos arrojan sus armas homicidas, es donde los magos escriben los pases secretos de sus juegos, es donde la realidad se convierte en sueño y donde el sueño parece real y es, también, el punto de reunión de todo lo inexplicable.
Cuando lo que se busca está perdido en ese mundo indescriptible y confuso, estrecho, pero infinito, es necesario ir en su búsqueda ataviado con armas y elementos que no son de este plano ni de aquel. Tooru Okada hará ese viaje hasta la frontera de la realidad, debe hallar sus respuestas. Parece un eufemismo o un mito, pero no es nada de ello. El viaje de Tooru Okada no se parece a ningún otro viaje, de hecho no sé si yo haría un viaje tan largo para encontrar a un gato vagabundo.
Y si además de querer conocer el destino de la mascota perdida quisiese hallar las respuestas a preguntas como: ¿Dónde está la mujer que amo? ¿Cuándo acabará este infierno? ¿Quién escucha nuestros ahogados pedidos de auxilio? ¿Dónde vive el pájaro que le da cuerda al mundo y dónde está la llave de su mecanismo? Entonces, digo, ¿haría el viaje?
En la vida de Tooru Okada los sucesos no se relacionan de manera trivial y consecutiva. Como si cumpliese la ley de causa efecto, o de sincronicidad. Nada en su espacio de conciencia es del todo obvio, nada es del todo cierto y nada es del todo real. El mundo del señor Okada es un mundo de símbolos. Todo es símbolo y todo es parte del mecanismo del pájaro que da cuerda al mundo: Una mancha de nacimiento en la mejilla derecha, la letra de una canción que pasan por la radio, un atajo, el homicidio o un pozo seco, una caja vacía, el nombre de una isla mediterránea, el suicidio, un sueño….
Claro, no podía ser de otro modo. El mundo de Okada es un mundo que parece real y cierto, pero, sin embargo, puede ser reinterpretado, lo mismo que el mundo en el que viven las respuestas a sus dudas. ¿Qué mundo es más verdadero? Si ambos mundos se parecen, ¿cómo saber cuál es roca sólida? Si para viajar al mundo de la incertidumbre es necesario dejar a un lado la conciencia de uno mismo, ¿cómo se podrá volver?
Vuelvo a preguntar, ¿haría el viaje?
8 comentarios:
Interesantes planteos, los del libro y los suyos.
Consideré sus preguntas una a una y la única respuesta que encuentro coincide con el hecho de que en ese lugar donde usted dice que sucede todo lo que dice que sucede, eso sucede.
Y esa respuesta es el vacío, precisamente el lugar donde falta el significante que usted y algunos otros eruditos dicen que falta. Hay algunos que dicen que ese es un lugar in-significante, pero yo creo que decir eso constituye un error supino.
Por culpa de sus preguntas me aventuré por los laberintos de la lógica difusa y... ¿a que no sabe con qué me encontré?
Pues con el gato de Tooru Okada, justo en los brazos de la mujer que amaba, claro que un poco borrosos ambos.
Mire, me basta leerlo a usted para entender que usted está coqueteando con esa pregunta de si haría el viaje. Yo creo, si me permite, que no solo lo haría, sino que ese viaje está en curso, que mientras viaja nos saluda con la manito (o con la letrita) y que usted es tan capaz de perseguir a un gato vagabundo como a un mosquito errante, y eso por no hablar de la persecución de una mujer amada, porque sería invadir territorio privado.
El problema está, me parece, no en la búsqueda, sino en el camino. Es que cualquier camino que tome lo conducirá al mismo lugar, a saber, un no-lugar.
Vamos. Mire que dicen que hay un par de significantes que ni siquiera están inscriptos donde la inscripción tendría que haber tenido lugar, valga la paradoja. Mire que las preguntas sin respuesta son eternas. Mire que el arte y la locura son hermanos de sangre y que intersectan en esos lugares-no lugares donde se esconde todo lo perdido. Mire que el mundo de Okada es parecido al suyo o al mío o al de ellos. Mire que en toda pregunta hay una demanda de amor. Mire que lo estoy mirando.
Varias veces aparece el símbolo del vacío. El símbolo de continente sin contenido: Una caja vacía, un pellejo, oquedades, mudas de ropa, la soledad, el desamor… En todos los casos a lo que se alude, después de algunos giros semánticos y metáforas, es que el viaje hacia el no-lugar de las respuestas ha de hacerse desataviado de prejuicios. No servirán en aquel no-lugar ninguna de nuestras herramientas mundanas.
Concretamente, para ir a un no-lugar hace falta ir ataviado de no-mente. Así de peligroso e incierto es el viaje, pues con la mente ordinaria se hace difícil encontrar lo que se busca con la herramienta de intuición en lugar de la de la certeza. ¿Cómo resuelve el señor Okada esta penosa propiedad de ese no-lugar? Pues creo que no le revelaré nada si le digo que Okada hace su viaje solo ataviado de amor. Así, a secas, Amor.
El Amor Es, no necesita ser confirmado, Usted puede estar en la sombra más profunda y confusa, pero si ama, entonces no duda.
Para su tranquilidad le digo que yo aún no perdí nada, pero deme un problema y me pongo en marcha. Además de amor llevaría mis botas, a ningún lado voy sin mis botas.
Conque quiere un problema... Veamos...
Consideraré solo el último párrafo de su respuesta, ya que es el que, según veo, me atañe directamente. Y he aquí el problema:
Solo por usar una lógica más sencilla, diré que es verdadero el hecho de que usted pueda llevar sus botas más allá del espacio conocido; lo que es falso, es la premisa de que no haya perdido nada. Usted perdió lo que jamás tuvo y lo que, a la vez, nunca encontrará.
Puede que usted me pregunte, con un mohín de sorna: ¿cómo se puede haber perdido lo que jamás existió?
Si no le molesta, le daré un consejo: ni siquiera intente preguntarse dónde tiene que buscar para encontrar esa respuesta. Puede que no dude, pero necesitará bucear en varios infinitos, y los infinitos, a la larga, resultan desaconsejables.
Y ahora, como intuyo que no seguirá mi consejo, échese a andar, que amparado en su amor y parado en la firmeza de sus botas, no llegará jamás a puerto seguro. Se lo aseguro.
Gracias, ahora sí tengo un problema, uno casi peor que el de la hipótesis de Riemann, ne refiero al hecho de saber que tengo un problema y no saber cuál es. Por surte mis botas son tan capaces de soportar cualquier infierno.
Hola Flenning, paso a darte las gracias por tus palabras en casa, y visite a La vela puerca - El viejo, nunca los había escuchado, por ello, gracias.
El mundo verdadero -¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido? Nietzsche.
Un saludo de buenas noches.
De su entrada resulta evidente que no hay respuestas fáciles a preguntas sencillas. Y ya que estamos, pregunto, piensa publicar estas críticas tan maravillosas en un libro? Je!
Pienso que la vida misma es una incógnita y que, al recorrerla, vamos en pos de lo que no se nos ha revelado. Queremos desentrañar el misterio de saber quién da cuerda al mundo y tal vez, de manera más arriesgada, qué nos mueve a obrar de tal o cual o manera. En el camino, algunos, vamos despojándonos de las armas que no son útiles, que nos pesan y quizás retrasen el momento de encontrar lo anhelado. Pero el arma más importante, tiene usted razón, es el Amor!!! Es algo que, muchas veces nos parece incomprensible, pero cuando lo sentimos verdaderamente, lo hacemos de manera tal que no dudo que Tooru Okada encuentre al gato, a su mujer, al pájaro y desentrañe los misterios que quiera desentrañar.
Hermosa historia como todas a las que nos tiene acostumbrados, acertada selección la suya!!!
Balovega: Tenia presente lo de El viejo porque no hace mucho yo también le dediqué un post, un modestísimo homenaje. La enrancia, la condición de basurgas, la su tristeza,… siempre son inspiradoras.
Por lo demás, yo creo que esa cita de Nietzsche cae en un sofisma. Aunque no suene muy pragmático u occidental, hay algo que nos conecta con lo desconocido y es casi como una pulsión de desvelar, no importa mucho si es absurdo buscar en la oscuridad. De todos modos, el viaje de Okada no encaja en este concepto. Él tiene dudas concretas y ridículamente cotidianas, no me canso de decir esto porque toda la novela parece iluminar “la re significación de símbolos de lo cotidiano”. Perder un gato o perder el comprobante de la tintorería, parecen hechos triviales, y sin embargo…
Rene Orlando: Yo apenas puedo responder la pregunta “¿pollo o pasta?” que me hace la azafata del avión, así que imagínese si voy a andar subestimando otras dudas.
Je, ¿publicar el libro de los libros? Sí, suena bien.
Anónimo: Me alegra su interpretación. Parece que leyó el libro ;)
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