Dice esta historia de amor, de Fernando Vallejo, mientras se calienta la voz:
Darío, el segundo hijo, se muere, ya lo sabe usted, porque se lo estoy contando. Sin embargo el primogénito vive y él es quien se encargará de contarle el resto. Ellos son, entre tantas cosas, como los Dioscuros, hermanos míticos, un diorama de vida y muerte, de prejuicio y desprejuicio, de propósito y despropósito. Son como dos orillas que sueñan una con la otra sin tocarse.
A los hermanos del desbarrancadero los une el viento, cuando arrastra el aroma del aguardiente, de naranjas rancias y de sábanas blancas, o casi blancas, amarillentas por un sol de cien años.
Los une el viento, decía, ese que asciende en nubes de marihuana y tiñe de nostálgico sepia las fotos de infancia.
Uno vive y el otro muere, ya se lo he dicho, pero no le dije que quien vive convive con la muerte. Se cita con ella por las tardes, a la hora de la lluvia, cuando parece que todo acabará mal. El punto de encuentro es la escalera del desbarrancadero, al borde del infierno. Ella le muestra sus dientes torcidos mientras sonríe indecisa y juega con los huesos de la suerte. Él conjura con puñados de sal la periferia del abismo y le muestra su rabia pálida, su puta rabia. No sabe qué es peor, si el fondo del rodadero o la gran fatiga de existir, la enorme furia de saber que otra vez no será él quien se desbarranque. Ella es implacable. Él está vivo, ella fue por otro. Él espera.
Tampoco le dije que en este juego de opuestos quien muere es quien ama la vida, con todo lo bendito y todo lo profano que hay en ella.
Darío es el que muere, y no sabe quién lo mató. Darío tiene el alma plena y la voluntad intacta. "Claro, era explicable… ¡Nunca las había usado!". ¿Para qué ponerle voluntad al vicio de estar vivo? ¿Para qué distinguir entre vicios de diferentes precios, qué ofensa a la vida seria esa?
Como los hijos de Zeus y Leda, estos otros hermanos se enfrentan a un país devastado y alternan sus roles de vivo y muerto entre el Hades y el Olimpo, o entre el Medellín de los sicarios y el Medellín de los recuerdos; el mismo techo, el mismo infierno. ¿Dónde empieza el infierno y dónde el paraíso? ¿Es la vida o es la muerte la que acaba con todo?
Las horas pasan en el desbarrancadero y el viento lleva recuerdos de una orilla a la otra. Hay que matar el tiempo mientras la vida mata a Darío y la muerte mata a quien aún está vivo. Afuera, detrás del portal de este cementerio, se matan entre sí, algunos por encargo y otros por aburridos, a falta de mejores cosas en las que gastar el tiempo.
Afuera pasan ríos de muertos, mientras aquí, el viento lleva palabras de una orilla a la otra. Aquí, por suerte, quedan las palabras. Solo eso nace, solo eso queda. Por suerte, queda esta elegía para Darío, tan triste, tan vital, y tan muerta: Hijueputa dos veces Muerte, hijueputa dos veces Vida.
1 comentario:
Cuánto hay de dolor ... cuánto de compasión ... Una herida abierta que sangra los traumas de una vida , de una familia , de una sociedad .Hiejaputa esa vida donde la muerte es esquiva .
Y no diré mas acerca de sus comentarios y escritos , porque decir seria redundar .
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